lunes, 18 de julio de 2011

De cómo surgieron algunas reflexiones fáusticas después de ver El Ciudadano Kane

“Parte soy de esa fuerza que
 siempre quiere el mal y
siempre el bien provoca”
Mefistófeles

“Genio: ¿Qué lastimero espanto
se apodera, superhombre, de ti?”


Durante siglos, el temor a lo inasible, en cualquiera de sus expresiones, ha sido el pivote que mueve toda clase de manifestaciones de temor, permitiendo instituir figuras tan emblemáticas como los demonios o, en el caso de las religiones monoteístas, él demonio; cubrir todo el espectro de negatividad que éstas manifestaciones pueden representar. Por supuesto, también está el espectro de lo bueno-positivo.

El eterno dilema moral-filosófico que deviene de la dicotomía bueno-malo, se ha visto “contenido” a lo largo de la historia por límites de oscilan de lo religioso a lo científico. Todos los intentos que hacemos por explicar y racionalizar al mundo devienen de esta polarización (al menos de la racionalidad instrumental occidental) que seduce justo por el resquebrajamiento de las certezas comodinas que son producto de la capacidad humana (ficticia, por supuesto) de poder explicarlo absolutamente todo.

La omnipresencia de la razón es propia de la modernidad, pero en los albores de los tiempos, estaba representada en seres incorpóreos o fuerzas sobrenaturales que representaban a su vez el bien o el mal. No se permitían entonces medias tintas: o estabas del lado “correcto” o eras condenado a la horca u hoguera. Tanta rigidez en las estructuras hizo que surgieran formas alternas de practicar experiencias que estaban relacionadas con este lado oscuro que, a pesar de los intentos por sacarlas de este espectro de negatividad, seguían bajo el influjo metafísico y místico que las había engendrado, ya que toda la cuestión religiosa permeo la racionalidad occidental, tomando de ella todos y cada uno de sus principios.

El mito consistió en que, terminada la era del oscurantismo, surge la cuestión ilustrada del pensamiento y la razón que pondero la emancipación de la humanidad y el pensamiento, desterrando (en apariencia) la cuestión religiosa como centro del universo. El efecto Copérnico demostró que ni la tierra era el planeta alrededor del cual giraban los demás astros del sistema solar, ni que el designio divino movía irremediablemente el destino del hombre.

Sin embargo, el hombre ha podido despojarse de la creencia en una fuerza superior ni en los destinos predeterminados. Imperativa fue su decisión de matar a dios y sin embargo, ese vacío tan grande tenía que ser llenado por otra figura omnipresente. Es entonces cuando é se vuelve el centro del universo y las consecuencias de ello son aquello que engendra su propia desdicha. Todas las capacidades y virtudes que poseía ese dios todopoderoso que manejo durante siglos su destino, todo aquello que le atañó a las innumerables deidades con que representaba a esta fuerza divina fueron justo las que quería poseer este superhombre (como llama el genio a Fausto en la monumental obra de Goethe).

Dotado ahora de todas los poderes fantásticos que durante tanto tiempo sólo fueron parte de una fuerza que lo sobrepasaba, la desgracia del hombre moderno empezó justo cuando se dio cuenta de que, ni con la revolución industrial, ni con toda esa hambre de conquista y progreso, ni con todos los artilugios materiales devenidos de su inmenso conocimiento y tecnología, fueron capaces de llenar ese espacio tan grande que dejó la muerte de dios ya que, en lugar de verse como parte del inmenso universo, quiso llenar el enorme hueco ponderándose como creador del mismo. Esto hizo que el fausto perdiera los estribos y se viera sumido en una angustia profunda:

Mefistófeles (refiriéndose a Fausto): “No son terrenas ni la comida ni la bebida de ese insensato. El frenesí le empuja a lo lejos, y solo a medias tiene conciencia de su locura. Pide al cielo sus más hermosas estrellas y a la tierra cada uno de sus goces más sublimes; y ninguna cosa, ni próxima ni lejana, basta con satisfacer su corazón profundamente agitado”.

Para tratar de aminorar esta creciente agitación, el fausto tuvo que instaurar una nueva fe para no cargar él con todo el peso, para dar aunque sea una tranquilidad somera a sus remordimientos y a su sed de obtener más y más para llenar ese vacío. Por ello la idea de que  “todo hombre bueno, por oscura que sea su aspiración, siempre conoce el camino verdadero” es justamente la fe en la modernidad y todos sus artilugios, sobre todo la fe en la ciencia y en la tecnología. Estas son el dios que salva al hijo malcriado que, para obtener lo que quiere, para satisfacer sus “deseos y necesidades” pasa por encima de la naturaleza, de la ética y sobre todo, sobre otros hombres.

Fausto pacta pues con Mefistófeles; se da cuenta que ni todo el conocimiento, ni toda la tecnología le sirven para llenar ese hueco que sólo puede ser cubierto con cosas cotidianas que, por su misma naturaleza impredecible y espontánea, escapan a toda racionalización y certidumbre pero que vienen a ser una especie de pimienta que sazona la vida, necesaria dada la insipidez natural de lo estructural y meramente racional. El pacto mefistofélico trae consecuencias fatales y sin embargo, el fausto ignora sus funestos presentimientos para dar paso a la fe ciega en su creación: la ciencia expresada como poder. Sin “nada que perder” se entrega a sus pasiones y a sus deseos, siendo este el paso que considera el más arriesgado en su vida por ser la pasión y el deseo la ejemplificación de este espectro de negatividad, de lo irracional. Sin embargo, esta puesta en escena nunca es real, se vale de la farsa y la sátira por lo que nunca acaba de pertenecerle: no es él que seduce a Margarita, es Mefistófeles el que la consigue para él y, aunque nosotros los lectores y observadores de la monumental tragedia faústica sabemos que Mefistófeles es Fausto, él es demasiado soberbio para aceptarlo, casi como cualquiera de nosotros.

Innumerables versiones existen del Fausto: literarias, cinematográficas, teóricas, ya que ¿quién no se ha sentido en mayor o menor medida identificado con él? Desde su inmensa confusión y frustración por el mundo y por lo que hay en él, como por el papel que jugamos en la constitución y construcción de este mundo. ¿Por qué un dolor inexplicable te frena toda ansia de vivir? ¿Por dónde te asiré, naturaleza infinita? Es el hombre moderno sujeto y objeto de su propia transformación…y de su destrucción.

Charles Foster Kane, multimillonario y magnate de la prensa, muere en plena decadencia personal; su última palabra es "Rosebud", ¿qué significa?. Un periodista tiene el mandato de descubrir el misterio de esa última palabra, que es lo que le pasó por la cabeza antes de morir a un hombre que en vida lo tuvo absolutamente todo. El periodista investigará entrevistando a algunas de las personas más importantes de su vida, como su secretario personal, su ex mejor amigo y su ex mujer. Cada uno dará su visión del fallecido y de su compleja personalidad. Dirigida e interpretada magistralmente por Orson Wells, “Citizen Kane” es considerada por muchos la mejor película de todos los tiempos. Retrata la vida de un hombre muy parecido al Fausto de Goethe, desde sus miserables comienzos hasta alcanzar la cúspide del poder y su estrepitosa trágica caída

El carismático Kane es capaz de arrastrar a la gente a hacer cosas que luego todos lamentarán; construye su inmenso imperio mediático predicando a los cuatro vientos los más altos ideales de la modernidad, pero con el único fin de poder influir y manipular a las masas para ponerlas a su servicio. La película nos habla sobre la soberbia y la inteligencia devenida en ignorancia por la imposibilidad de vivir con todos los polos que constituyen la humanidad y con la humanidad. “¡Yo, imagen y semejanza de Dios!”, ¿qué o quién era Rosebud? Ni todo su poderío, ni toda su inteligencia hicieron de Kane un hombre completo…utilizó su último halo para reclamar justo eso que no pudo obtener, para nombrar su deseo más profundo.

Un hombre que logró engañar a medio país del norte, convenciéndolos de que eran atacados por los marcianos, haciendo alusión a su excelente narrativa basada en “La guerra de los mundos” de H.G. Wells (tocayo suyo, valga la ironía) hizo de “Citizen Kane” una de las versiones modernas del Fausto más interesantes, creativas y entrañables de las que se tenga memoria. Utilizó la narrativa de las imágenes (lenguaje 100% moderno, por cierto) para recordarnos que la historia de Goethe seguirá marcando generaciones enteras.

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